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DOMINGO, 27-AGOSTO-2006

Otra vez Vegamián
| Crónica | Al sereno |

Ni salmones, ni pescadores, ni guardas. El abandono es total. ¿Por qué no se repuebla con alevines y se veda durante el tiempo que sea necesario hasta que se hagan adultas?

FirmaOrdoño Llamas Gil Lugarleón

De nuevo he vuelto a tropezar en la misma piedra. Todos los años, uno tras otro, sigo acudiendo al acotado donde supongo que aún se pueden conservar restos de su esplendoroso pasado, aunque no sean más que la quincuagésima parte de las hermosas truchas que albergó en los tiempos en los que el guarda (César) cumplía el agradable cometido de saludar a los pescadores, pedirles su documentación y presumir con un orgullo justificado de ser el vigilante del coto que mayor cantidad de truchas de gran tamaño contenía entre sus aguas. Agradable y cordial, no le importaba ser fotografiado en compañía de algún pescador y de las truchas pescadas. En mi filmoteca de súper ocho tengo fotogramas que lo acreditan.

De nuevo caigo en la trampa de pensar que, ya que es el único tramo acotado del pantano, bien pudiera ser que te encontrases con alguna trucha despistada o con algún salmón de los que también contuvo, máxime si tenemos en cuenta que es el tramo que recibe el mayor caudal de los que afluyen al mismo, el río Porma, donde por lógica solían acudir la mayor densidad de ejemplares, sobre todo cuando subían enceladas a desovar en las aguas más oxigenadas del río, pero también a comer lo que estas transportasen y las lombrices que abundaban en las últimas praderas inundadas.

De nuevo me autoconvenzo pensando en que, ya que todo el pantano ha sido declarado como zona de pesca sin muerte y está prácticamente desierto de pescadores, y los que acudan pescarán devolviendo a las aguas las truchas, pueda influir esta circunstancia para que el coto se beneficie repoblándose con algunos ejemplares de este vedado encubierto, recuperando un poco su maltrecha situación.

De nuevo trato de justificar los fracasos de mis dos últimas visitas, achacándolo a una cuestión puntual de climatología y llenado.

De nuevo creo haber calculado bien la fecha del permiso, suponiendo que entonces las aguas tendrán un nivel determinado, óptimo para desarrollar mis aptitudes y conseguir algunos buenos ejemplares, recuperando de esta forma mi confianza en este coto. Inútil ejercicio

De nuevo me pongo en camino, madrugando, hacia el destino fijado, con un si es de remota confianza en encontrarlo todo a punto, y un no es de los decepcionantes recuerdos anteriores pero, con ganas de volver a probar o quizá a tropezar en la misma piedra. Desde el primer refugio que existe en la carretera, coincidente con un recodo del pantano por el que entra un riachuelo convertido en reguero, comienzo mi ejercicio de vareado constante con cucharilla. Toda la extensión de agua del recodo, hasta que coincide con la peña exterior donde se abre al pantano, está revuelta, sucia como de haber estado removiendo el lodo de sus fondos, extraña circunstancia que nunca se me había dado en este recodo, por lo que hube de salir al exterior de la peña para encontrar las aguas limpias. Desde este lugar pude observar unas ligeras estelas superficiales a las que no di importancia, y pesqué toda la margen izquierda hacia arriba, insistiendo en los lugares en que en otras ocasiones había tenido buenos resultados. Nada en absoluto, ni moviéndose en la superficie, ni pasando orilladas, ni persiguiendo la cucharilla, ni saltando. Nada de nada. Al regresar hacia el coche pesco un cacho (escallo) y vuelvo a encontrarme con las suaves estelas superficiales, similares a las del pantano de Bárcena, donde la carpa royal se halla sólidamente establecida. Había oído hablar de que en Vegamián había carpas, pero no había dado crédito al rumor. Ahora ya estoy dispuesto a creerlo. Regreso al coche para cambiar de ambiente.

Me dirijo hacia la desembocadura del río Porma, a la que tengo que acceder por Camposolillo, pasando por dos vallas de paso a nivel levantadas, pero con el pavimento trompicado semicubierto con unas planchas de hierro descolocadas, para continuar unos cientos de metros por la antigua carretera, multibacheada al máximo. Allí, consigo llegar al agua a través de unas praderas encharcadas, pero me encuentro con un vallado de alambre que se introduce hasta las aguas del pantano. Me acuerdo de esa Ley de Pesca que obliga a dejar paso (creo que de tres metros) en todas las orillas. Sigo la valla hacia arriba y encuentro un lugar en que otros pescadores han enganchado los alambres para poder pasar con dificultad. Por fin llego a la orilla del río en el lugar en que desemboca, de acuerdo con el nivel del agua embalsada, y me pongo de nuevo a pescar, con la ilusión de haber llegado al lugar idóneo y a una hora todavía adecuada. El cauce del río resulta visible, pero en sus aguas, más o menos profundas, no se observa ninguna clase de peces: ni truchas, ni salmones, ni escallos, ni nada. Ningún movimiento extraño. Ningún salto o círculo de cebada, salvo una pequeña trucha que se ceba sola. Vareo el lugar haciendo lances en todas las direcciones buscando los mejores rincones, aguas arriba o abajo, pero todo está en calma absoluta. Cambio de echadas varias veces hasta llegar a coincidir de nuevo con la alambrada, pero por la parte del río cuando se interna en el pantano, único lugar donde vi una estela de una supuesta trucha que estaba orillada en la pradera inundada. Han pasado ya más de cinco horas de aburrimiento absoluto y de decepción constante, por lo que me declaro vencido y regreso hacia el coche. Cuando estoy recogiendo pasa por delante de mí, bamboleándose por la infernal carretera, un automóvil todoterreno, ocupado por dos personas que parecían estar ataviadas con camisas de color verdoso, que solamente miraron y continuaron su ruta hacia el puente.

El resultado es bien palpable: ni truchas, ni salmones, ni pescadores, ni guardas. El abandono es total. Las orillas y los accesos al pantano no conocen el desbroce y están llenas de alambradas que lo dificultan o lo impiden, y la vigilancia no existe. Llevo bastantes años pescándolo y en los últimos no he visto nunca al guarda, aunque me parezca verles pasar por la carretera. Es comprensible: ¿para qué van a molestarse en pedir la documentación ni en mirar y medir las truchas que se han pescado, si se van a encontrar con pescadores decepcionados que les acusarán a ellos de la culpa que pueden tener sus superiores?

Adiós coto de Vegamián, otrora paraíso y hoy inmundo rincón abandonado, sólo mantenido por el miserable dinero que pueden aportar sus permisos ¿Por qué no se repuebla con alevines y se veda durante el tiempo necesario hasta que se hagan adultas, en vez de mantener el simulacro de pesca sin muerte en lo libre y con muerte en el coto desierto? Si alguna vez se extrajeron u ordeñaron truchas en su cabecero, ¿no es lógico que se le compense, reviviéndole con la aportación de alevines de su descendencia?



Fuente: www.diariodeleon.com · © El Diario de León, S.A.

Origen: http://www.diariodeleon.es/hemeroteca/imprimir_noticia.jsp?CAT=105&TEXTO=5052555


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